Carlos Rubio Sáez
(Extraído de tendencias21.net)
Señor Ministro:
Acabo de leer en el Moniteur que os proponéis consultar a la Academia de Medicina, sobre la cuestión de “si es conveniente establecer en París dispensarios y un hospital en donde los enfermos sean tratados según los principios de la medicina homeopática”.
El bien de los hombres me interesa demasiado vivamente para que sea indiferente a una cuestión tan importante. Mi conciencia, señor Ministro, me obliga a esclarecer la vuestra, cuya noble iniciativa se propone acoger la verdad y proteger la más importante de todas las ciencias, la que devuelve y conserva la vida. La Homeopatía es una verdad nueva que lastima, como todo nuevo descubrimiento, algunos intereses particulares, y por eso mismo encuentra por todas partes donde quiera establecerse, oposiciones que, para detener su marcha, se esfuerzan en poner en duda la realidad de su principio.
Todos los sistemas inventados hasta hoy en medicina, consideran las enfermedades como susceptibles de anonadamiento material por medios violentos, que debilitan la fuerza vital, con emisiones sanguíneas y evacuaciones de todo género. Por el contrario, la Homeopatía, obrando dinámicamente sobre dicha fuerza, anonada las enfermedades de una manera dulce, imperceptible y duradera. No se trata sólo de un invento ingenioso, de una hábil combinación que produce algunos resultados más o menos felices en su aplicación, sino que es un principio constante de la naturaleza, el único capaz de dar al hombre la salud perdida. La ciencia establecida sobre este principio, que se resume en la sentencia Similia Similibus Curantur, está y seguirá estando en oposición con todas las doctrinas médicas y con todos los que las practiquen. Por consiguiente, señor Ministro, vos no podéis tomar por jueces a aquéllos que la ignoran, o que están interesados directamente en oponerse a sus progresos.
Los miembros de la Academia de Medicina de París son personas recomendables, pero es preciso no olvidar que una larga costumbre les apega a la práctica de una ciencia defectuosa que, a falta de otra mejor hasta hoy, ha gobernado la salud de los hombres. Ignoran lo que es la Homeopatía; sin conocerla, la juzgan quimera, y rehusando su estudio, no pueden concebir ni sus efectos ni su aplicación. Yo les hago justicia, la de creer que los resultados felices de sus ensayos podrían convertirlos. Pero aún no están consiguiendo estos resultados, y para conseguirlos, es preciso estudiar y experimentar.
Lo único que demanda la Homeopatía de sus detractores es ser admitida a sus experiencias y comprobaciones; prueba que será tanto más concluyente cuanto mayor número de individuos la procuren y obtengan. Un Hospital Homeopático, por exiguo que sea, si está bien dirigido y exclusivamente sometido a las influencias de esta medicina, es probablemente el medio más seguro para convencerse de su excelencia. Yo os conjuro, señor Ministro, a seguir en esta importante circunstancia vuestra propia convicción, que podéis esclarecer acudiendo a los miembros de la Sociedad Homeopática de París. Consultadles sobre el principio que nos dirige, y proporcionarles el medio de procurar su realización, confiándoles una clínica sin intervención antagónica de los médicos de la antigua escuela.
Ningún interés personal me guía en los consejos que me atrevo a dirigiros; sería una dicha para mí responder a las indagaciones que creáis necesarias para informaros más ampliamente.
Vuestro poeta Béranger ha dicho:
¡ Combien de temps une pensée,
vierge obscure, attend son époux!.
Les sots la traitent d´insensée;
Le sage lui dit: cachez vous.
Mais la rencontrant loin du monde
un fou qui croit au lendemain
l´épousse; elle deviant féconde
pour le bonheur du genre humain.
He aquí mi historia, señor Ministro. A los ochenta años, todavía tengo que pedir perdón a los hombres por el bien que les he hecho.
Si mis observaciones os son gratas, erigid en París un Hospital Homeopático, independiente y sometido únicamente a vuestra jurisdicción, y así llenaréis el vacío de mis votos y recompensaréis mis inmensos trabajos.
Soy, con la más perfecta consideración, vuestro muy humilde y obediente servidor,
SAMUEL HAHNEMANN.
En Coethen, ducado de Anhalt, 15 de Febrero de 1.835.
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