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Andrés Guerrero Serrano
-Homeópata-

sábado, 24 de mayo de 2014

Homeopatía en relatos: SANGUINARIA

(Extraído de homeopatiaenrelatos.wordpress.com)

 

La pobre SANGUINARIA parecía que nunca tenía paz. O estaba aquejada de jaqueca o enfrentaba un fuerte resfrío. Quien haya tenido migraña, sabrá cuán molesta es y comprenderá a la pobre SANGUINARIA. Como puesta en calendario, la jaqueca le sobrevenía cada siete días, sin falta. Apenas empezaba salir el sol, ya le empezaba a doler la cabeza. Cuanto más alto subía el sol, más le dolía, hasta llegar el sol al zenit y SANGUINARIA al clímax del dolor. La tarde era mucho mejor, porque cuanto más bajaba el sol, más disminuía el dolor. El dolor le empezaba en la cabeza detrás y empezaba a subirle hasta la coronilla y luego llegaba adelante, clavándosele en el ojo derecho y en la sien correspondiente. Era con un relámpago que le hacía explotar la cabeza. En ocasiones sentía como si los ojos se le quisieran salir de las órbitas. En ocasiones, la visión se le ponía turbia y escuchaba timbres en sus oídos.

Además del dolor, la migraba le sobrevenía como fuertes latidos en la cabeza, con oleadas de color y un rubor que recorría sus mejillas ardientes. Hasta la lengua le quemaba. Tenía además vértigos, náuseas y vómitos, y el malestar podía aumentar hasta que le sobrevenía un desmayo.  Todo se le hacía intolerable: la luz, los ruidos, los olores, el movimiento. Lo único que quería hacer era alejarse de todo y de todos, quedarse quieta en la obscuridad, acostada,  haciendo presión contra la almohada. A veces mejoraba caminando al aire libre. Más vergüenza le daba confesar que los vómitos, los eructos y los flatos la aliviaban.

Podía ser que el malestar no le viniera en forma de migraña. Como si se quedara bloqueada e incompleta, la sensación entonces se reducía a un dolor ardiente en la mandíbula superior que se extendía por su cara. Entonces sus mejillas y orejas también se ponían rojas y la gente podía ver su cara abotagada, en la que se destacaban unos labios secos e hinchados.

SANGUINARIA también tenía una enorme facilidad para resfriarse. Entonces estornudaba mucho y necesitaba abundante cantidad de pañuelos por la abundancia de su secreción nasal. Su rinitis era realmente crónica. Su tos era violenta y seca. Le irritaba la garganta. Le obligaba a despertar y sentarse por las noches.  Y como secuela, a menudo tenía afonía. Por la noche, le aumentaban los ataques de tos y la opresión asmática del pecho. El olor de las flores o de los perfumes se le hacía intolerable; aun así, siempre le llegaba un imaginario y extraño olor a cebollas. Cuando por fin cesaba la secreción nasal, le sobrevenía diarrea. Y cuando se alegraba porque cesaban las diarreas, volvía a la secreción nasal.

Al madurar, la situación de SANGUINARIA no mejoró. Por el contrario, afrontó la menopausia pasando por grandes oleadas de calor que le ruborizaban las mejillas, anunciando los latidos violentos que sentía en la cabeza y anticipando una serie de escalofríos que atravesaban su cuerpo. Se alteraron sus menstruaciones y le avergonzaba el flujo fétido y corrosivo.  Sus senos se pusieron hinchados y dolorosos; sus pezones, agrietados y víctimas de las puntadas que sentía en ellos. Un ardor en manos y pies le hacían destaparse las cobijas.

SANGUINARIA empezó a tener ataques dolorosos de reumatismo. Le dolían los brazos y los hombros, sobre todo el derecho. Nuevamente la noche era el momento de dolor máximo. Sus dedos empezaron a ponerse rígidos y se le ulceraron las uñas. Sus rodillas también experimentaron la misma rigidez. Y sentía dolores en todos los sitios en que el hueso estaba cerca de la piel.

Fueron tantos años de dolor lo que pasó SANGUINARIA y tantos los tratamientos que ensayó para cada uno de sus problemas, como si fueran diferentes. Un homeópata hubiera reconocido en todos ellos los signos de un único remedio que correspondía a su constitución.

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