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Andrés Guerrero Serrano
-Homeópata-

sábado, 8 de noviembre de 2014

La cebolla, la tos de los niños, los remedios naturales y la ciencia (I)

(Extraído de blogs.20minutos.es)

POR JAVIER YANES

Pregunto a quien lea estas líneas: si yo le sirviera un alimento que contiene 1-sulfinilpropano, ácido pantoténico, 2-(3,4-dihidroxifenil)-3,5,7-trihidroxi-4H-cromen-4-ona, y 5,7-dihidroxi-2-[3-hidroxi-4-[(2S,3R,4S,5S,6R)-3,4,5-trihidroxi-6-(hidroximetil)oxano-2-il]oxifenil]-3-[(2S,3R,4S,5S,6R)-3,4,5-trihidroxi-6-(hidroximetil)oxano-2-yl]oxicromen-4-ona…

…¿Usted se lo comería?

Si ha respondido que jamás de los jamases, se equivoca, a no ser que nunca haya probado la cebolla. El 1-sulfinilpropano o sulfóxido de tiopropanal es el gas que nos hace llorar cuando la cortamos. El ácido pantoténico se conoce también como vitamina B5, sin la cual no podemos vivir. Los dos compuestos de nombres imposibles son, respectivamente, la quercetina y un derivado suyo. La quercetina es un componente al que se le atribuyen beneficios para la salud como antioxidante, antiinflamatorio y otros antis, efectos que según la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) no se sostienen con los datos científicos disponibles.

Sin embargo, no cabe duda de que muchas personas creen en las propiedades saludables de la cebolla, como tampoco cabe duda de que nadie objetaría comer un alimento si se le mencionara que contiene vitamina B5 y quercetina, un nombre derivado de Quercus, el género de árboles que incluye los robles y las encinas. El nombre lo es todo. No hay más que cambiar la denominación química sistemática de un compuesto por otra más sencilla y que suene a algo “natural”, y de inmediato desaparece toda aversión. Pocos se atreverían a hincar el diente a un alimento que contuviera ácido 2-hidroxipropano-1,2,3-tricarboxílico, y menos aún si se rebautiza con el nombre maldito de E330. En cambio, si lo llamamos por su apelativo más popular, ácido cítrico, nadie recela de comerse una naranja.

Ya he señalado aquí en alguna ocasión mi empeño personal, al que preveo un escaso éxito, de desbancar ese lenguaje falaz tan en boga hoy que diferencia lo “natural” de lo “químico”. Todo en la naturaleza es química. No existe nada que no sea química. Y es precisamente porque tanto nosotros como el mundo a nuestro alrededor somos química que muchos productos de la naturaleza pueden ejercer efectos sobre nuestra salud, ya sea para curarnos o para matarnos.

En China se ha manifestado en los últimos años una cierta voluntad por parte de algunos de sus científicos de poner a prueba en el laboratorio ciertas proclamas saludables de su medicina tradicional. Y curiosamente, algunas han resistido el test, revelando mecanismos bioquímicos que apoyan científicamente los usos clásicos de ciertos productos naturales. Un ejemplo que comenté aquí recientemente es el de la madreselva como remedio contra la gripe. Solo de esta manera, a través de la química, puede la llamada medicina natural dejar de ser una oscura y arcana alquimia con fuerte olor a placebo y a estampita para convertirse en un verdadero enriquecimiento para la medicina.

Como prueba de que en occidente no estamos haciendo lo mismo, pongo el ejemplo de la cebolla, y en concreto de un uso tradicional que personalmente he aplicado infinidad de veces. Hace unas semanas mi hijo pequeño (dos años y medio) agarró uno de esos virus de guardería que parecen criarse solo en las escuelitas y a los que no les falta de nada, en lo que se refiere a síntomas: resfriado, fiebre, vómitos, diarrea y tos. Una de esas noches, después de acostarle, mi hijo tosía sin cesar, así que hice lo que tantas otras veces he hecho con él y con sus hermanos cuando eran más pequeños: abrí la nevera, saqué una cebolla, piqué media en un plato y lo coloqué junto a su cama. Y como tantas otras veces, la tos desapareció en un santiamén.

Posiblemente quienes aún no hayan criado se preguntarán de dónde demonios he sacado esta especie de ritual chamánico. Pero apuesto mi reino y mi caballo a que no hay madre o padre que nunca haya oído hablar de este remedio de abuelas. Por mi parte, confieso que creo en su eficacia por lo que mi experiencia personal me ha demostrado. Si lo utilizara para mí mismo podría achacarlo al efecto placebo, pero lo he empleado con niños demasiado pequeños como para enterarse, sin informarles de lo que hacía y sin que ellos fueran conscientes del plato de cebolla en su habitación. Es lo más parecido que tengo en mi mano a un experimento.

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