(Extraído de homeopatiaonline.com)
Los que me conocen saben que no soy amigo de participar en polémicas a propósito de la homeopatía. Y no lo soy en gran parte porque no me gusta el formato en que tales polémicas suelen presentarse: alguien nos descalifica y los homeópatas se molestan en buscar argumentos para rebatir algo irrebatible, es decir, bobadas insensatas y gratuitas. Esos no son términos de un debate, sino, simple y llanamente, basura. Pues bien, no quiero esa basura. A menudo digo a mis amigos: “Sólo hablo de homeopatía con homeópatas”, lo que sin duda es algo exagerado, pero refleja mi manera de sentir: si alguien que no conoce la homeopatía ni quiere conocerla pretende iniciar un debate descalificando ¿tengo yo que ponerme a su altura? Por otra parte, el tal (o los tales) no pretenden debatir nada porque de entrada parecen muy seguros de sus despampanantes afirmaciones. Se hacen llamar científicos aunque en mi opinión el término cientifista les cuadra bastante mejor. Se hacen llamar escépticos y desconocen el significado del término. También es mi opinión, naturalmente. Como se limitan a negar, yo los llamo negadores.
Ahora me dirijo sólo a los médicos. A los médicos que tienen la experiencia de estar ante un paciente que sufre y saben ponerse justo en el sitio en el que se debe estar cuando uno quiere proporcionar la ayuda que se le pide. Con ellos puedo debatir. A los demás, científicos o cientifistas, escépticos o negadores, todo lo que puedo hacer es recomendarles que se hagan tratar por un homeópata. A los médicos me dirijo y quiero comenzar diciendo algo a propósito de la medicina: la medicina es una praxis. El arte es, sobre todo, experiencia. Por supuesto, el médico necesita del estudio teórico a través de cual recibe, por una parte, el legado de la experiencia de los que ya recorrieron ese camino antes que él y, por otro lado, las aportaciones científicas que conciernen al arte médico y, hasta cierto punto, lo sostienen. Pero la medicina no es una ciencia. Repito: no es una ciencia. Puede, como la homeopatía, tener un fundamento científico. Puede, como la medicina institucional contemporánea, hacer uso de una tecnología avanzada. Puede, incluso, valorar sus resultados de acuerdo al método científico. Pero no es una ciencia.
Aclarado este primer punto, paso a otro no menos importante: cuando se discuten las excelencias respectivas de alopatía y homeopatía, a menudo oímos en boca de algún colega ingenuo: “pero nosotros tenemos la cirugía” o “tenemos el diagnóstico por la imagen”, etc. ¿Veis? Más basura. Ningún procedimiento tecnológico es privativo de una escuela. Los homeópatas, como los alópatas, podemos pedir a nuestros pacientes analíticas o resonancias magnéticas o cualquier otra prueba que nos parezca conveniente. Limitemos el asunto al terreno en el que queda limitado por su propia naturaleza, a saber, ¿cuáles son las ventajas e inconvenientes de alopatía y homeopatía en el tratamiento farmacológico de enfermedades? Si el caso es quirúrgico, tanto el alópata como el homeópata lo enviaremos al cirujano. Si hay que establecer un diagnóstico y la ocasión lo requiere, tanto el homeópata como el alópata recurrirremos a toda la panoplia de pruebas complementarias e incluso al criterio del experto que las administra. Meter esos asuntos en el debate es trampa. O tontería.
Y ya en el terreno adecuado, queda aún una observación de lo más interesante: cuando los médicos antihomeopáticos ponen en cuestión los efectos curativos de la homeopatía, lo hacen como si ellos curasen a sus pacientes. A lo mejor se imaginan que eso ocurre y tales fantasías les dan la fuerza moral para erigirse en nuestros jueces. Pero no es así, ya que la norma es la paliación. Esto suele causar sorpresa. Pero lo cierto es que, si exceptuamos algunas enfermedades bacterianas que pueden curar con antibióticos, la norma en la terapéutica farmacológica alopática es la paliación. Y cuando la paliación no es un imperativo vital, el resultado es un progresivo aumento de la enfermedad cuyos síntomas paliamos. Sin contar los inevitables efectos secundarios. ¿Merece la pena? A lo mejor algunas veces sí, pero muchos de esos casos que condenáis a la paliación sine die pueden curarse: ¡palabra de honor! ¿Cómo? Algunos con medidas higiénicas adecuadas, algunos con diferentes recursos terapéuticos y sí, naturalmente, muchos de ellos con homeopatía. Si no queréis creerme, probadlo. O preguntad a los pacientes. Porque compartimos pacientes, no sé si os consta; lo que me consta a mí es que muchos de ellos os mienten. Y os mienten sencillamente porque os temen: temen que les regañéis por haber consultado a un homeópata o que les neguéis vuestra asistencia cuando os necesiten o que les amenacéis con los peores desenlaces si consultan a uno de esos homeópatas estafadores. Coincidiréis conmigo en que todo eso no se aviene muy bien con la deontología médica. ¿Por qué sé yo esas cosas? Porque a mí no me mienten. Si os consultan, me lo dicen. Y me traen vuestros informes. Y vuestros tratamientos. Hay comunicación. No me temen. Y es porque yo no estoy en posesión de la verdad ni considero que ningún colega sea un estafador, por más que alguno pueda serlo a título personal, pero nunca en función de la medicina que practica. Tampoco considero que ningún paciente sea tonto porque os consulte. Aunque lleve años de tratamiento alopático sin encontrar ninguna mejoría. Me limito a recomendarles lo que considero más adecuado. Y ellos deciden.
Ciertos médicos pontifican, quiero suponer que sin malicia, contra esa homeopatía que desconocen, sin tener en cuenta la ayuda que la misma supone para tanta gente, sin tener en cuenta que sus comentarios (el público en general otorga mucha autoridad a los médicos y a sus comentarios) alejan tal vez a algunos de lo que podría ser una solución para sus problemas. A estos colegas, me gustaría decirles que, ya que se interesan por la homeopatía, se informen. Para ello, nada mejor que recurrir a los que saben: los médicos homeópatas. Preguntadnos y no dudéis de lo que nosotros decimos más de lo que dudáis de lo que decís vosotros mismos porque nosotros, los médicos homeópatas, somos igual de médicos que vosotros, igual de probos, igual de sinceros y también igual de inteligentes. Nuestro testimonio tiene pues un valor indiscutible. Pero si nuestro testimonio no es suficiente, estudiad, practicad y ya veréis lo que pasa.
Aquí lo dejo. Hoy prefiero no hablar de las jaculatorias recurrentes de los pseudoescépticos (los gránulos son sólo azúcar, el efecto placebo, etc.), pero no dudéis de que entraré en cualquier debate que se me plantee al respecto. Cosas hay que decir y que aprender. Sin insultos, claro.