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Andrés Guerrero Serrano
-Homeópata-

sábado, 20 de agosto de 2011

Las Maravillas del Mecanismo Natural de Curación

(Extraído de Medicina Natural Online)

12 de Agosto de 2011 | 

Autor: Francisco

La belleza y perfección de la naturaleza nunca terminan de sorprendernos, sobre todo cuando observamos un hermoso atardecer, un lapacho florido, un sol resplandeciente o simplemente una noche estrellada. A veces las cosas están ahí pero no las vemos, no nos damos cuenta, y cuando de repente las descubrimos experimentamos una especie de éxtasis ya que tienen la virtud de estremecer las fibras más íntimas de nuestro ser, son un regalo para el alma.

Existen otros fenómenos naturales que no son tan evidentes pues no estimulan directamente nuestros sentidos, sino que requieren una atención especial, una observación inteligente para poder percibirlos, pero están ahí y experimentamos quizás la misma sensación de regocijo cuando las captamos y tratamos de comprender su funcionamiento. Un ejemplo de ello es el instinto de conservación, una de las maravillas de la creación que forma parte de la esencia de los seres vivos y que nos fuera proporcionado para la protección y conservación del individuo y la especie. Es sorprendente ver en las documentales de la televisión cómo algunos animales se preparan para cazar, cómo se mimetizan para evitar ser descubiertos, las tácticas utilizadas para escabullirse de los ataques y las estrategias que emplean para sobrevivir en un ambiente hostil.

El hombre tampoco escapa a esta conducta instintiva cuando ve peligrar su integridad o supervivencia. Es así que ciertos impulsos inconscientes, como por ejemplo el miedo, constituyen una clara manifestación de este instinto de conservación. Cuando nos acercan las manos a los ojos, tendemos a cerrarlos. O cuando caemos, tendemos a llevar las manos para amortiguar la caída. El llanto del bebé es un ejemplo del instinto de conservación, pidiendo el alimento necesario para mantenerse con vida y solicitando el auxilio a sus padres o a quien los oiga cuando alguna dolencia amenaza su salud.

El deseo sexual, llamado celo en los animales, tal vez sea la manifestación más clara y fuerte del instinto de conservación, ya que busca perpetuar la especie a través de la procreación, cuyo instinto innato se impone con tal fuerza irresistible en todos los seres vivos que posiblemente sea el impulso en cuyo nombre se han cometido la mayor cantidad de vejámenes, crímenes y todo tipo de actos de violencia.

Ahora bien, existe una fuerza vital que es la que gobierna con poder ilimitado y procede a activar o poner en funcionamiento los instintos y las defensas del organismo cuando es necesario. Es el impulso vital que genera y mantiene la vida, la fuente inagotable de la que fluyen perennemente todas las cosas. Conserva todas las partes del cuerpo en admirable y armoniosa operación vital, tanto respecto a las sensaciones como a las funciones, y se manifiesta como una capacidad natural de reacción ante las enfermedades y enemigos de la salud, así como todo tipo de agresiones del medio ambiente. Es lo que nos mantiene activos y vitales desde el momento que garantiza la vida, integridad biológica y normalidad funcional de los seres vivos.

Podríamos decir que la fuerza vital es la vida misma, no podemos concebir la una sin la otra. Cuando vemos que los animales no domésticos se curan solos de las enfermedades, pues no requieren la intervención del hombre ni drogas o medicamentos para mantenerse sanos y fuertes, estamos viendo la fuerza vital en acción, simplemente dejando actuar al mecanismo de la curación que la propia naturaleza realiza por regeneración mediante el cambio orgánico.

Esta fuerza vital, tan poderosa y débil a la vez, se mantiene vigente hasta el último soplo y es susceptible de ser sofocada por la acción del hombre. Basta con transgredir las leyes de la naturaleza que regulan el funcionamiento de todas las cosas para debilitarla en mayor o menor grado, hasta el punto de apagarla totalmente y exterminar la vida.

Y es lo que precisamente viene haciendo el hombre desde que es consciente de su propia libertad y libre albedrío para tomar sus propias decisiones. Mientras que el ser irracional se guía por sus propios instintos, el hombre en cambio los desoye y hace uso de su razón o inteligencia para ejercer su voluntad por encima de los dictados de la naturaleza, a veces contradiciéndolos abiertamente. Es así que va sofocando gradualmente su fuerza vital, su capacidad de reacción ante las agresiones sin darse cuenta que las enfermedades se van apoderando de su cuerpo y van minando su salud integral hasta acortar de manera ostensible su existencia.

Si la ciencia nos indica un antipirético cuando tenemos fiebre, un analgésico cuando experimentamos algún dolor, un anti-tusivo si tenemos tos, o un anti-diarreico cuando tenemos diarrea, entonces estamos sofocando la capacidad natural de reacción del organismo pues tanto la fiebre, como el dolor, la tos, o la diarrea son mecanismos de defensa natural que el cuerpo pone en funcionamiento para combatir y defenderse de las agresiones y enfermedades. Al sofocarlas, estamos anulando la capacidad natural de curación de nuestro cuerpo. Si somos capaces de dejarnos estremecer por la belleza y perfección que encontramos en todas las manifestaciones y fenómenos de la naturaleza, por qué no dejar actuar al mecanismo natural de curación antes que sofocarlo con tratamientos que solo consiguen coartar esta capacidad de reacción. Bastaría con confiar y hallaríamos también en este sencillo proceso la misma belleza y perfección que encontramos en las demás manifestaciones y fenómenos de la naturaleza.

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