(Extraído de La algarabía.com)
27 September 2011
por Pedro Miramontes.
En la parte dos de esta entrega, el autor devela una verdad, al menos hoy comprobable con nuestros medios, sobre uno de los métodos alternativos de curación más utilizados después de la medicina convencional.
Tenemos a teóricos de la homeopatía clásica, como el contemporáneo inglés Peter Morrell, que afirman que ésta se basa en un agente llamado dynamis o «fuerza vital». Según Morrell, ésta es la hipótesis de trabajo con la cual se explica cómo una sustancia «potenciada» —que no es del mundo físico— entra en contacto con la estructura física de un organismo y altera su estado.
En sus palabras: «Podemos definir la “fuerza vital” como una nada. Una entidad invisible e intangible que manipula la sustancia del cuerpo y produce el fenómeno que llamamos vida. La fuerza vital es la fuerza motriz y la organizadora de las moléculas. Es aquel agente que se encuentra en un organismo vivo y claramente ausente en un cadáver. En la muerte, las moléculas pierden su organización y velocidad de movimiento. Ya se encuentra ausente la fuerza que las obliga a moverse en patrones con significado o que las une en una matriz armónica y bien coordinada. El cadáver carece de percepción o voluntad aunque todavía posee una bioquímica estacionaria bastante sofisticada». […]
Desafortunadamente, más para mal que para bien, ésta es la esencia de la homeopatía clásica. Los escritos de Samuel Hahnemann y de sus principales seguidores no difieren esencialmente del discurso de Morrell. No obstante, hay que intentar ser justos y analizar la obra de Hahnemann en su contexto; no podemos culparlo por pensar que la diferencia entre la materia viva y la inerte es una fuerza vital […], aunque hoy en día, las personas educadas no acepten como explicación de algún fenómeno natural la existencia de sustancias que no se puedan ver, medir, oler, sentir ni detectar o cuyas propiedades no sean consecuencia de un cuerpo teórico comprobado. […]
La memoria del agua
En 1988, apareció en la prestigiada revista británica Nature un artículo cuyo título no presagiaba la tormenta que iba a desatar. El punto medular [de éste] era que un grupo de investigadores afirmaba que habían logrado la liberación de sustancias de los leucocitos basófilos cuando los exponían a dosis extremadamente diluidas —homeopáticas— de anticuerpos. Jacques Benveniste —el investigador principal— y su equipo interpretaron su resultado como la transmisión de información biológica pese a la ausencia de moléculas activas; en pocas palabras, el medio usado para la dilución homeopática podía provocar una reacción alérgica.
«Un descubrimiento francés que podría trastornar los fundamentos de la física: la memoria del agua», tituló su nota, con buena dosis de nacionalismo galo, el periódico Le Monde en su edición del 30 de junio de 1988. Aquellos homeópatas honestos […] creyeron encontrar la explicación científica a su disciplina. Aquellos escépticos, pero de buena fe, estuvieron dispuestos a conceder el beneficio de la duda. Sin embargo, el grueso del establishment científico se escandalizó ante algunas afirmaciones un poquito exageradas del propio Benveniste, tales como: «Es como si usted sumergiera las llaves de su coche en el río Sena en París y luego descubriera que, si toma una muestra de agua en la desembocadura —a unos 400 kilómetros—, ¡ésta tiene la información suficiente para echarlo a andar!».
Después de que varios laboratorios independientes no pudieron reproducir los resultados, la agitación llegó a tal grado que sir John Royden Maddox —editor en jefe de Nature y con entrenamiento formal en química— tuvo que pedir que el equipo de Benveniste repitiera el experimento en presencia del mismo Maddox y de un equipo convocado y encabezado por él: un grupo de expertos en desenmascarar fraudes científicos. Los resultados fueron negativos; no hubo memoria en el agua. Intentos subsecuentes de reproducir el experimento en laboratorios independientes también fallaron. La revista retiró el artículo de sus archivos y aunque Benveniste nunca se retractó, su prestigio sufrió un daño irreparable. […]
Así pues, la situación hoy en día es contundente: no existe mecanismo físico conocido que pueda explicar la acción de la homeopatía. Sin embargo, bien pudiera suceder que ese mecanismo exista y que simplemente la ciencia contemporánea no haya sido capaz de detectarlo. Si se concede el beneficio de la duda a la homeopatía, se puede todavía recurrir a un método muy empleado por los médicos para los casos en los que se requiere probar la acción o falta de acción de algún medicamento: los estudios clínicos.
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