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Andrés Guerrero Serrano
-Homeópata-

viernes, 23 de septiembre de 2011

Eppur si muove - Homeopatía y cristianismo

(Extraído de Infocatolica.com)

A las 12:12 AM, por Eleuterio

El cristianismo y, por eso mismo, el cristiano, se encuentra con una serie de prácticas con las que, desde su fe, puede avenir o no. Es decir, realidades como, por ejemplo, el Reiki o, por ejemplo, la Homeopatía, pueden ser practicadas o recibidas por aquellos que se consideran hijos de Dios y dicen, al parecer, entender su fe.

Es posible que más de uno pueda preguntarse qué es eso de la “Homeopatía”. No se debería preocupar porque hay muchos católicos que, seguramente, no lo saben y, entre otros, el que esto escribe hasta hace bien poco.

Si acudimos a la definición de tal término, la Real Academia de la Lengua nos dice que se trata de un “Sistema curativo que aplica a las enfermedades, en dosis mínimas, las mismas sustancias que, en mayores cantidades, producirían al hombre sano síntomas iguales o parecidos a los que se trata de combatir” y esto, así dicho, no parece mala cosa porque, al fin y al cabo, se trata de sanar a quien padece alguna enfermedad.

La Doctora Concepción Callejo Peredo, a la sazón directora de la página sobre homeopatía dice que “La AEMN ( se refiere a la Asociación Española de Médicos Naturistas) ha representado un papel crucial en la creación de Secciones colegiales de Medicina Naturista, Acupuntura y Homeopatía en los Colegios Oficiales de Médicos”.

Algo, entonces, empieza a escamar cuando se ponen al mismo nivel las llamadas “medicinas alternativas” que son, para que nos entendemos, la rama supuestamente médica de la Nueva Era. Y algo debía, entonces, ponernos en guardia.

La homeopatía, los remedios homeopáticos, se pusieron de moda en la era actual (pues en la página citada arriba se dice que “ésta técnica ya se usaba desde tiempos de Hipócrates, fue Samuel Hahnemann, quien, a finales del siglo XVIII, puso a punto la preparación y manera de administrar estos medicamentos”) cuando un médico alemán, Samuel Hahnemann, al parecer, según consta en el diccionario Larousse del Siglo XX, afirmó que había recibido la homeopatía “… por revelación de poderes sobrenaturales”.

¿En realidad, qué pretende la homeopatía?

Pues, según dicen sus partidarios, “activar las propias defensas de nuestro organismo y llegar suavemente a la mejoría o curación de las enfermedades”.

Sin embargo, se puede leer esto que ilustra bastante:

“Gloria era una preciosa bebe de 9 meses, que desarrolló una condición seria de eczema a los 4 meses, la cual no tiene cura pero puede ser tratada con un sin número de tratamientos existentes. Hoy, Gloria tendría 6 años, si sus padres la hubieran llevado a un médico o un dermatólogo.

Pero sus padres no lo hicieron, porque decidieron tratarla con métodos homeopáticos que son una farsa, y por ende, Gloria murió a su temprana edad de 9 meses.

Esto significa que esta pobre bebé sufrió por 5 meses de esta dolorosa condición que le quitó la vida. En el juicio, el jurado escuchó como la bebé se encontraba malnutrida y su sistema inmunológico agotado porque su cuerpo utilizaba todos los nutrientes para combatir la infección causada por su condición en la piel.

Pero la historia tiene un final que aunque no es feliz, es un poco reconfortante. Los padres de Gloria ahora enfrentan 25 años de cárcel al ser acusados de incumplir con su deber como padres al dejar a la bebé morir y no proveerle tratamiento médico real.

Continuaré diciendo la verdad aquí. La homeopatía, la acupuntura, el reiki y todos y muchos de estos tratamientos naturales o new age son una farsa. Mientras no existan experimentos serios e independientes que demuestren que estos proveen un resultado positivo no diferente al efecto placebo, continuaré condenándolos, pues son los causantes de muchas muertes y se alimentan de las esperanzas y del dinero de personas desesperadas por sanarse de sus condiciones de salud.

El desconfiar de la industria farmacéutica no convierte automáticamente a otros tratamientos en alternativas viables”.

Es más que posible que mucho de lo que hayan podido escuchar sobre la homeopatía se vaya hundiendo, poco a poco, en los recovecos de la verdad.

Lo fundamental de la homeopatía es que dice poder sanar haciendo uso de cantidades ínfimas de sustancias curativas y no sometiendo el cuerpo humano a las que, de ordinario, se le administran. Sin embargo a nadie se le ocurriría pensar que, por ejemplo, si añade menos azúcar a un café el mismo se vuelve más dulce o sabroso ni que el resultado de diluir un colorante se la obtención de un color más intenso.

Entonces, ¿Qué puede hacer pensar que la homeopatía es, en verdad, un remedio al daño que se pueda estar sufriendo por padecer determinada enfermedad?

Sin embargo, en Australia se formó una comisión (cf. Branson Hopkins, Homeopathy-some things are not what they seem, Jubilee-Wellington, New Zeland, p.1) que concluyó, por ejemplo, que “no existe ni un solo ejemplo en toda el área de la farmacología en el cual una sencilla dilución de un medicamento pueda inducir un aumento de la respuesta del mismo” para lo cual, por cierto, tampoco hacía falta que nada se formara porque es de sentido común que con lo menos no se puede obtener lo más.

Si esto es, digamos, la parte primera de la concepción de la homeopatía (que con poco de algo se puede curar) que puede ser, en sí mismo, una simple tomadura de pelo vía placebo, la segunda parte de tal “ciencia” es mucho peor: todo tiene su origen, o se basa, o se fundamenta, en una “energía” cuasi mágica (“ley de la dinamización”) que, al parecer, existe en la preparación homeopática y que tiene mucha relación con un concepto muy sospechoso: el de “energía universal” que, no por casualidad, tiene mucho que ver con las filosofías orientales y esotéricas, siendo lo más curioso que tal energía no es comprobable sino que existe porque así lo dicen los defensores de la homeopatía. Y los demás, claro, somos locos que no creemos en lo que pasa…

Decía, a este respecto, Mirella Poggialini, el 26 de septiembre de 1996, en un artículo publicado en “Avvenire”, el periódico de la Conferencia Episcopal Italiana, que “cuando ya no está presente la materia que está a la base del remedio, queda, sin embargo, (dicen los homeópatas) el espíritu del remedio” que es algo que, en sí mismo, está en las antípodas del cristianismo y de la fe cristiana.

Es más, para sostener tales extraños pensamientos, George Vitoulkas, autor de libros sobre homeopatía dice (cf. George Vithoulkas, Homeopathy, The Holistic Health Handbook, Berkeley Holistic Health Center, Berkeley, Calif., And/OrPress 1978, p. 89) que no se trata de lo material lo que cura sino que, en realidad, se trata de “una energía” que, como hemos dicho arriba, no es comprobable sino que, en todo caso, está en la creencia de quien en tales cosas cree.

Y para que no vaya a pensarse que lo traído aquí trátase de posiciones cristianas que no aceptan la homeopatía, el propio Hahnemann escribe, en su Organon der Rationellen Heilkunde sobre la “fuerza vital” que la misma “sostiene todas la partes del organismo en una admirable armonía vital” (Organon, nº 9) y que “desde el momento en que le falta la fuerza vital, no puede sentir, ni obrar, ni hacer cosa alguna para su propia conservación” (Organon, nº 10). Además, “Sólo la fuerza vital desarmonizada es la que produce las enfermedades… Por lo mismo, la curación… tiene por condición y supone necesariamente que la fuerza vital esté restablecida en su integridad y que el organismo entero haya vuelto al estado de salud” (Organon, nº 12).

Todo, como puede verse, muy mágico y que suena, perfectamente, en armonía con los cantos de sirena de la Nueva Era, embaucadores en busca de desesperados y necesitados de quien les quiera escuchar y sepa poner su mano en el bolsillo ajeno con ínfulas de benevolencia y ganas de hacer algo bueno.

Y hemos llegado, entonces, al meollo de la cuestión, al centro del tema y, en fin, a lo que no debe ser posible aceptar por un cristiano, aquí católico.

No debería extrañar, por eso mismo, que los homeópatas sostengan que la homeopatía no es la medicina “de los órganos” pero sí “de la persona” porque es una forma bastante evidente de diferenciar lo que hay entre real y ficticio, entre real y mágico y queda meridianamente claro que quien se dice católico no puede estar de acuerdo con tales prácticas porque se enfrentan, directamente, contra su fe.

Pero, abundando en este punto esencial para el católico, podemos extraer de lo dicho por Maria Suszczyńska, en un artículo publicado en Love One Another lo siguiente:

Que “La gente que recurre habitualmente a los remedios homeopáticos padece problemas espirituales”. Y que los estudios llevados a cabo por el médico y sacerdote el P. Miroslaw Nowosielski indican que “los que recurren a remedios homeopáticos sufren una falta de confianza en Dios Padre.”

Además, también, que “Las observaciones nos permiten afirmar con plena certeza que la homeopatía, ya sea eficaz o no, va siempre acompañada de problemas como aridez espiritual, ausencia de paz y alegría, desórdenes espirituales, depresiones, sentido fútil de la vida, desánimo y resistencia hacia la oración…”.

Bien podemos ver que no se trata de cosa baladí sino, muy al contrario, de una que lo es muy importante y ante la que deberíamos prestar más atención que la que consiste en creer que la homeopatía puede curar. Si eso se hace, en caso de que así suceda, sin tener en cuenta principios cristianos, seguramente se esté entrando en un mundo muy peligroso para la fe de quien así actúe.

Por eso, cuando podamos ver algo así como “remedios homeopáticos”, medicina “homeopática” o cosa por el estilo, antes de aceptar, sin más, sus posiciones, deberíamos tentarnos un poco la ropa del alma no vaya a ser que, además de esquilmados económicamente resulte dejado nuestro espíritu en regiones muy alejadas de las que Dios ocupa en nuestro corazón.

Recordemos, ya para terminar y con palabras que deberían decir mucho al creyente católico lo siguiente: “Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas”.

Ya lo dijo San Pablo en su Epístola a los Colosenses (2, 18). Y eso fue hace mucho, pero que mucho tiempo para que vengan ahora, los de siempre, con cosas tan fatuas.

Eleuterio Fernández Guzmán

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